En aquellos días algo parecido a una casa eran las conversaciones,palabras relacionadas con la pestaña premonitoria, gatos en los cerezos. Yo desconocía los vínculos y toda oscuridad era para mí un obsequio, un rumor de la eternidad que se prestaba como cuerpo desnudo a mi mano. No era la boca del amor la que respiraba ese óxido, sino la imaginación del amor como un sastre con pantalones verdes el día de la felicidad.
Verdaderamente las especies de la verdad son cosas difíciles de creer, la ilusión del hombre es una luz que llega desde lo desconocido mas no es él el dueño de esa invención sino el ruido de un rumor prestado, la cámara del que guarda su placer en ella. Yo tenía la costura de una libélula en el corazón pero las hojas cerebrales hacían crecer mis manos hacia dentro en busca de una palanca con la que desalojar la piedra del miedo. Sin esfuerzo comencé a llorar al revés, a confundir los sentidos que guían la gota gramática hacia una lengua extranjera. Antes que me tomaran por un extraño ya que yo no era el dueño de esa invenciónme alejé del optimismo de ser entendido por más de dos y comencé a oír mis propias palabras como martillazos retumbando en un espacio vacío. Era como si el tiempo hubiera dejado de durar, era como si todas las obras imaginadas por un ciego se derritiesen al tacto, como si la langosta hubiera descendido sobre los campos del espíritu.Yo solo tenía una libélula en el corazón como otros son hermanos del vértigo y llevan la aorta de las constelaciones acogida en sus sienes. Está bien, las especies de la verdad son cosas difíciles de creer, es probable que la invisibilidad y estos hechos solo guarden relación con una libélula.
Juan Carlos Mestre
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